P. Pablo Sebastián de Soza
Desde que conocí a Miles Christi una de las devociones que más me impactaron en nuestra Congregación fue la devoción a los Siete Dolores de la Virgen María. Digo impactaron porque fue algo que nunca había escuchado antes y que era completamente nuevo en mi vida espiritual. Está todavía grabado en mi memoria la primera vez que recibí mi propio Rosario de los Siete Dolores y sin duda que éste es y será uno de los momentos más lindos de mi devoción Mariana.
Ahora bien, como sucede a muchos, yo no entendía muy bien esta devoción a los dolores de la Virgen. Fue con el tiempo y con la meditación como esta relación se fue haciendo más y más estrecha.
Simeón le dijo a María que una espada de dolor iba a atravesar su Inmaculado Corazón (Lc 2, 35): desde el momento de la Presentación en el Templo la Virgen vivió toda su vida con esta profecía en su corazón, profecía que tenía forma de espada. Vivir de esta forma sería muy difícil, o casi desesperante diría, para una persona que no tiene fe. Dios, que es un Padre amoroso, sabía a quien eran dirigidas estas palabras del sabio Simeón. Y así es que esta profecía fue depositada no en cualquier corazón, sino en un límpido y puro Corazón, más cercano a Dios que los ángeles mismos, el Corazón más puro jamás visto en la tierra.
Y si San Pablo se atreve a decir a los cristianos de Galacia que su unión y lazo con el Corazón del Señor es tal que ya no vive su propia vida sino que es Cristo quien vive en él (Gal 2, 20), con cuánta más razón la Virgen puede aplicarse a sí misma estas palabras del Apóstol, precisamente Ella quien ha dado la Sangre y la Carne al Hijo de Dios. Con esto nos podemos dar una idea remota de la unión estrechísima entre el Inmaculado Corazón de la Virgen con el Sagrado Corazón de Jesús y así poder ver lo que la Virgen sufrió durante la Pasión de su Hijo. Precisamente, ese fue el Corazón Inmaculado traspasado por la lanza en el momento de la Pasión, el Corazón de la Mater Dolorosa.
Gracias a la unión con el Corazón de su Hijo, esta espada fue una tremenda causa de santificación para la Virgen y no de desesperación.
Y así como fue grande su dolor de Madre, fue inmensamente más grande su alegría al ver a su Hijo Resucitado.
¡Ojalá que con el Rosario de la Mater Dolorosa en nuestras manos podamos penetrar más y más el amor del Corazón de la Virgen por cada uno de nosotros, sus amados hijos!