P. Patricio Wainwright, MC

Hay un lema cargado de verdad perteneciente a la Orden de los Cartujos, fundada por San Bruno, es éste: Stat Crux dum volvitur orbis, que significa “La Cruz se mantendrá estable mientras el mundo gira”.

Todo pasa, han pasado las grandes guerras, las tormentas, las dificultades generales y de cada uno, siempre… todo se pasa… también las epidemias o pandemias, o lo que fuere. Pero tenemos la certeza que sólo Cristo permanece. Es una realidad realmente satisfactoria, reconfortante, llena de ánimo para nuestra débil naturaleza envuelta en “este problema”. Cristo es mi Roca, y como tal, es inmutable, sólida, enriquecedora.

La Virgen contra la Peste o de las Epidemias, de la catedral de Valencia

Muy sugestivo se presenta ante la mirada de los devotos el lienzo de “La Virgen contra la Peste”, del siglo XVII, perteneciente a la Escuela de Ribalta. Nuestra Señora, ante la epidemia de 1647 en Valencia, cubre con su manto a sus hijos, quienes seguros bajo su amparo han depositado en Ella toda su confianza.

¿Qué puede inspirar una madre ante situaciones difíciles? Diría que por momentos miramos a María Santísima como “alguien a lo lejos”, que me mira y protege, es cierto, pero… a lo lejos. Y no vemos la mano omnipresente de nuestra querida Madre del Cielo, medianera de todas las gracias. Corredentora toda Ella encargada por voluntad divina de ESTAR siempre junto a nosotros.

Remontémonos al s. XVII, ante la cruda realidad del regreso de la peste. Corrían el año 1647 en aquella noble, pero sufriente Valencia, donde entregaron sus almas 30.000 personas. Imaginemos la situación; en nuestras almas ha de brotar ese sentido grande y sublime de corredimir a las almas. De conmiserarse de ellas, como de las de hoy. ¿Qué será de aquellas almas hechas a imagen y semejanza de Dios con la finalidad de ser felices para siempre? ¿lo serán realmente? Ciertamente, es un acicate para estos tiempos que corren. Dios mío, ten misericordia de esas almas y del mundo entero.

A lo largo de la historia de la humanidad se han vivido casos semejantes de cólera, de epidemias, de distintas enfermedades que han golpeado a la sociedad. No obstante, para nosotros católicos, vemos que la Providencia de Dios, con su mano llena de gracias, suele sacar grandes bienes de males, donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia, nos dice San Pablo. ¿No permitió el Señor la caída del género humano para efectuar la Redención del mismo? ¡Feliz culpa! Canta la Iglesia en la solemne Vigilia Pascual del Sábado Santo. Feliz culpa de Adán y Eva, porque de ella nos ha nacido la Promesa de la Salvación: Cristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, engendrado, no creado, de la misma sustancia del Padre…

La Fe nos abre las cortinas de nuestras miradas horizontales, bajas. Solemos vivir, diríamos, a lo miope, lo que está ahora en mi vida… pero Dios, Dios ve más a lo lejos.

La historia de la peste negra en Valencia y la Virgen nos enseñan cómo debemos actuar en el presente: suma confianza en la Providencia divina, es decir, son tiempos en los cuales Dios quiere que pensemos más en Él, en las realidades eternas, en el fin del hombre: ¿para qué fui creado?

Ciertamente Dios ya está obrando en muchas almas, por ejemplo, como en aquel sacerdote de 72 años afectado por el coronavirus que entregó su respirador a otro paciente más joven: ¡qué heroico testimonio sacerdotal! Se es más feliz dando que recibiendo, dice San Pablo; y Nuestro Señor enseñó de palabra y con obras: No hay amor más grande que el que da la vida por los amigos… congruencia total la de este sacerdote, toda una vida entregada, sacrificada por los demás, fue su santa muerte el corolario de toda su vida sacerdotal. Y así muchísimos testimonios de cómo Dios sigue obrando en las almas, como la canilla que gotea y gotea y gotea…El Señor te llama y te llama y te llama… y cuando ve que es el momento… te atrapa en su ardiente Corazón. Te abre los ojos de la fe.

Por tanto, a no desesperar, son tiempos de gracia, en los cuales debemos aprovechar para no dejar pasar tantos bienes de lo alto. Ocasiones no faltarán en casa de paciencia, de abnegación, de mansedumbre, ocasión de valorar los Sacramentos que antes desdeñaba o rutinariamente los recibía; tiempos de rezar en familia pues antes poco o nada lo hacía, y así tantas otras cosas. Son momentos para examinarnos frente a Dios, cuánto me doy a Él; cuánto me sirvo de sus canales ordinarios que son los Sacramentos.

También la fe me enseña a valorar el sufrimiento, a santificarlo, como me enseña Cristo clavado en la cruz. Es ocasión de entregarlo a María Santísima, Ella sabrá salvar almas por mi ofrecimiento, siempre según Dios. Es cuestión de estar atentos, no desperdiciar oportunidades. Todo ocurre para el bien de los que aman a Dios.

Lo importante es poner la mirada en lo alto, estamos llamados para cosas grandes, no para dejarnos aplastar por un virus que ni siquiera vemos. ¡Mi alma es una eternidad! Entonces… ¡fuerza! Aprendamos a acudir con más frecuencia a la Virgen María, como lo hicieran los primeros cristianos, ya desde los años 250 d.C. con esta hermosa oración del Sub tuum praesidium:

Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos de todo peligro, ¡Oh siempre Virgen, gloriosa y bendita!”. Amén.

            Ahora todo es cuesta arriba, sin embargo, todo se pasa, todo muda, todo cambia, no obstante, y con majestuosa certeza…Cristo permanece.