P. Sebastián Menéndez, MC

En un pueblo del norte de España, varios caminantes se encontraron sorpresivamente ante las paredes de una imponente iglesia románica del siglo XI. Asombrados, los jóvenes se acercaron, pero pronto notaron que añejas ramas de árboles salvajes salían por las ventanas. Dentro de aquellas antiguas paredes, no había más que ruinas y un descuidado pastizal del cual emergían con brusquedad robustos y antiguos troncos. Todo estaba abandonado. El templo mayor de ese pueblo estaba como muerto, y no era de esperar otra cosa en el alma de los vecinos. Los jóvenes recorrieron ese pueblo con mucha tristeza en su corazón, al ver tanta gente satisfecha por la abundancia de bienes materiales, pero seguramente con descuido en la vida espiritual.

Uno de ellos tomó la palabra e invitó a todos a la reflexión: “al ver esto que nos rodea, ¿qué podemos decir de nuestro “templo interior”?” Evocaba con entusiasmo la cita de 1Co 3,16, “¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?” y les recordaba que Jesús nos había dicho “He venido a que tengan vida, y vida en abundancia” (Jn 10,10).

Y seguía diciendo: “Asomémonos por un instante a nuestra propia alma. ¿Tenemos empeño de cuidar la vida interior y crecer en la amistad con Dios? ¿O es que presentamos en nuestro corazón un espectáculo desolador como el que nos rodea?”

Dejemos a los caminantes continuar su excursión y su reflexión…

Y ahora me dirijo a ti, querido joven: comprende que no está reñida en absoluto la condición de joven y una vida interior plena, gozosa, y rica en intimidad con Dios. ¡Todo lo contrario! Y tenemos medios sobrados para ello.  Ante todo, la vida de oración: oración de la mañana y de la noche; Visita al Santísimo Sacramento, la vida sacramental, la Confesión y la Comunión frecuente, la meditación cotidiana de la Palabra de Dios… y ello nos llevará a la santa inquietud por querer crecer en las virtudes, a “dar lo mejor de nosotros mismos”. A una plenitud -aun en lo humano- que hará de tu vida una verdadera aventura apasionante de encuentro con Cristo, Camino Verdad y vida.

Querido joven: permite que resuenen en tu alma las potentes palabras del Santo Padre Benedicto XVI, cuando decía, evocando a San Juan Pablo II: “Quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada –absolutamente nada– de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana”.

“Así, hoy, yo quisiera, con gran fuerza y gran convicción, a partir de la experiencia de una larga vida personal, decir a todos vosotros, queridos jóvenes: ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo” (de la Homilía del inicio de su Pontificado, del 24 de abril de 2005).

No te resignes a una vida mediocre, tibia, a “ir tirando…”. Dios no nos ha creado para lo fácil, sino para el heroísmo. Son también palabras de los últimos Papas. El Papa Francisco mismo ha retomado con insistencia muchas veces la llamada a vivir “contracorriente”, actitud valiente y decidida imprescindible para vivir como Dios nos pide.

Y si habiendo emprendido el camino hace tiempo, te encuentras que has perdido el entusiasmo o que aun el trato con Dios se te torna rutinario, recuerda la exhortación de San Pablo a Timoteo “Te amonesto que hagas revivir la gracia de Dios que hay en ti” (2Tm 1,6) o como le dice en otra ocasión: “No descuides la gracia que posees” (1Tm 4,4).

Querido Joven: que tu vida se vea llena de Dios. Y no dudes en acudir en búsqueda de un Sacerdote que te pueda guiar en el camino de ascenso de tu vida espiritual. Te lo aconseja la Tradición de la Iglesia, y con ella San Juan Pablo II “En la propia vida no faltan oscuridades e incluso debilidades. Es el momento de la dirección espiritual personal. Si se habla confiadamente, si se exponen con sencillez las propias luchas interiores, se sale siempre adelante, y no habrá obstáculo ni tentación que logre apartarte de Cristo” (Valencia, 8 de noviembre de 1982). Si es sincero tu afán de santidad, Dios no dejará de concederte los medios para que puedas orientarte por el camino que nos conduce hacia Él.