Por P. Franco Marinello, MC
Los preparativos y el primer día de clases en la Universidad suelen estar llenos de ansiedad, inquietudes, dudas y tal vez un sentimiento de incertidumbre sobre cómo será esta nueva vida que empezamos: ¿habré elegido bien la carrera?, ¿será esta mi vocación?, ¿podré avanzar normalmente con los estudios?
No hay que preocuparse demasiado, todas estas cosas pueden ser normales. De hecho, como les decía Benedicto XVI a los universitarios de Roma, “el tiempo de la universidad es el tiempo de preparación para las grandes elecciones su vida y para el servicio en la Iglesia y en la sociedad” (Homilía en las I Vísperas del 1º Domingo de Adviento, 1.12.12). Enfrentarnos a estas grandes decisiones, trae consigo siempre e inevitablemente la sombra de un posible fracaso, pero, por sobre todas las cosas, es un desafío y una oportunidad para crecer humana, intelectual y espiritualmente.
El tiempo de la universidad suele ser también el tiempo de los grandes acontecimientos de nuestra vida, esos que tal vez nos marquen para siempre. Muchas veces, entrar a las aulas universitarias, significa ensanchar el horizonte de nuestras existencias; aprender a tener aspiraciones grandes; darle un sentido más profundo a la amistad, y comenzar a entablar relaciones profundas y duraderas; aprender el arte del diálogo y la comprensión de los que tal vez no comparten nuestros ideales y nuestras creencias.
Transitar las aulas universitarias es empezar también a recorrer los caminos exigentes de la ciencia, sea cual fuere la carrera que elijamos. Es el tiempo privilegiado de nuestras vidas que podemos dedicar de lleno a cultivar ese campo que es nuestra alma, con nuevos conocimientos que nos acerquen cada vez más a aquella “Sabiduría”, con mayúsculas, que es el conocimiento de Dios, que es la Verdad eterna. Como decía aquel gran científico que fue Louis Pasteur: “un poco de ciencia aleja de Dios, pero mucha ciencia devuelve a Él”.
Nuestro paso por la universidad debe ser, sobre todas las cosas, un paso más en nuestro camino hacia la santidad. Los días que pasemos allí, serán días de preparación para la misión que el Señor quiere que lleve a cabo en medio del mundo. Las clases, los recreos, los libros y los apuntes, se convertirán en otros tantos canales con los cuales aprenderemos a encontrar a Dios en todas las cosas. Tendremos que aprender a impregnar nuestros estudios de espíritu sobrenatural, buscando en ellos la mayor gloria de Dios. Los profesores y los compañeros que conozcamos en los días, nos regalarán la ocasión de dar testimonio de nuestra fe y de ser apóstoles en el propio ambiente.
En fin, todo el tiempo que transcurramos allí, será ese tiempo precioso que marque el primer gran paso hacia la madurez humana y espiritual que todos estamos llamados a lograr, como dice San Pablo, “al estado del hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo” (Ef. 4, 13).