P. Patricio Wainwright, MC

“Yo no creo en Dios, porque no puedo verlo.”

Muchos jóvenes empiezan a dudar que Dios existe en el colegio Secundario o en la Universidad, aún cuando eran católicos o creyentes en general.

Me parece que esto pasa muchas veces porque no nos dedicamos a pensar más a fondo. Nos olvidamos que es imposible, ni tiene sentido, que haya un mundo alrededor nuestro, si no hay un Dios que lo creó.

Un argumento muy profundo que nos ayuda a reconocer que “Dios es”, es el que nos ofrece Santo Tomás de Aquino en su Summa Theologica. Un razonamiento que la Iglesia nos ofrece también en el Catecismo (nn. 31-35).

La “evidencia” de que Dios existe es la existencia del mundo en el cual vivimos. Que el mundo natural (el universo, los seres naturales, etc.) existe es algo evidente para nuestros sentidos.

Ahora bien, hay un principio filosófico muy sencillo e incuestionable: “no hay efecto sin una causa”. Por ejemplo, si escucho ladridos, concluimos sin lugar a dudas, que tiene que haber un perro en algún lugar cercano, aún cuando no lo veamos, dado que no puede haber “ladridos” sin un perro que ladre.

Nuestro punto de partida, por lo tanto, es el mundo que nos rodea: la Tierra, los árboles, las montañas, el Sol, los astros en el cosmos. Los vemos con nuestros ojos, y vemos que tienen una cierta hermosura, y una ley interna, que cambian, y ante todo, que “son”. Sin embargo, ninguna de todas estas cosas pueden efectivamente “ser”, a no ser que haya una CAUSA superior, que los haya hecho ser. Así como es imposible que haya ladridos sin un perro.

Esa “causa” que les dio el ser, la belleza, el orden y demás, a todos los seres que vemos, es la Causa Primera, superior a todo. Es una causa infinita y perfecta, a la cual llamamos Dios.

De ahí que el mundo que existe alrededor tuyo, y aún tu mismo ser, son como las “huellas” de Dios. El mundo visible, creado, con su belleza y sublimidad, ¡es la “prueba” visible de que Dios existe!

Esto es lo que ya le decía San Pablo a los Romanos: que Dios se ha hecho visible a todo hombre. “Porque todo cuanto de se puede conocer acerca de Dios está patente ante ellos: Dios mismo se lo dio a conocer, ya que sus atributos invisibles –su poder eterno y su divinidad– se hacen visibles a los ojos de la inteligencia, desde la creación del mundo, por medio de sus obras. Por lo tanto, aquellos no tienen ninguna excusa.” (Rm 1, 19-20).

Así es que, ¡a través del mundo visible, podemos conocer, amar y glorificar a Dios!